Autora: Lourdes Hernández
Durante la pandemia, las mujeres asumieron aún más las tareas domésticas y el cuidado de los hijos reduciendo sus horas de trabajo remunerado. Las desigualdades en el hogar se profundizaron, pero ¿es por falta de colaboración de los hombres, o porque las mujeres asumen voluntariamente ese esfuerzo extra? Creo que las dos cosas.
“No soy machista, soy cómodo”, dice un padre de familia. Y la esposa, que no quiere desorden ni malas caras, incorpora a sus tareas aquellas que podrían ser compartidas.
Un estudio de la Organización Mundial del Trabajo OIT dice que se debe impulsar el empoderamiento económico y social a las mujeres. Muchas tienen poca formación, doble o triple carga en la casa y el trabajo, y cuidado de personas dependientes. Siendo la crianza de los hijos la mejor inversión familiar (ver artículo La mejor inversión de la vida) también requiere apoyo económico y cooperación en las tareas.
Según el INEC (2012), las mujeres trabajan un promedio de 15 horas 47 minutos más que los hombres a la semana. Y en el área rural, esta cifra es de 23 horas.
Necesitan convertir sus actividades de supervivencia y su fuerza, en empresas productivas.
La desigualdad radica en casi todos los aspectos de su vida, por ejemplo, muchas mujeres no tienen el mismo acceso que los hombres en términos de movilidad, seguridad, oportunidades. Además, un 87,3% de las mujeres que han sufrido violencia física, lo ha vivido en sus relaciones de pareja. La violencia es la barrera principal para el empoderamiento.
Hasta que aquello cambie, es primordial que empiecen ellas a cambiar, a creer en sí mismas. De otro modo, las mujeres se autobloquean, empeorando sus posibilidades.
Creer en una misma no implica sentirse más que los hombres o que otras mujeres. Es necesario cambiar la mentalidad de “soy pobre”, “no puedo”, “no lo lograré”.
Es necesario cambiar la visión asistencial por una empresarial. Aunque a veces se sienten abrumadas, tienen habilidades y experiencias de vida.
Esa “mentalidad empresarial” entre mujeres las impulsa a crear pequeños negocios y empresas; se incrementa su capacidad de proveer recursos para su casa; se interesan por la capacitación sobre habilidades básicas de gestión empresarial; se abre la posibilidad de crédito en entidades financieras.
Las entidades de microfinanzas han roto la regla: prefieren a clientes mujeres porque son más cumplidas, trabajadoras y responsables.
Desafortunadamente, el empoderamiento de las mujeres no siempre está asegurado, porque el cambio de mentalidad, el negocio próspero y el acceso a crédito no significan necesariamente control sobre el ingreso del hogar.
Nuevamente, hasta que eso cambie, deben mostrar empoderamiento financiero, hablar con la pareja y dividir los gastos de manera equitativa. Ser firmes con los hijos y con ellas mismas a la hora de consumir. Tener un mentor o mentora que les dé un rumbo y les aconseje. Finalmente, tomar control de sus finanzas, con miedo, pero con valentía y acción.
Fuente: OIT Género y Emprendimiento, Gabriela Malo Vásconez, Northwestern Mutual